SI hace un año alguien hubiera dicho que el Betis iba a encabezar en solitario la clasificación de la Primera División, todo el mundo habría pensado que esa persona estaba loca. Ahora, sin embargo, todos sabemos que eso es cierto. Pero no sé si somos conscientes del proceso que lo ha hecho posible. Porque la historia del Betis, si lo pensamos bien, es un ejemplo inmejorable para explicarnos las causas de la crisis que estamos viviendo y la forma en que hay que actuar para salir de ella.
Repasemos las cosas. Durante muchos años, el Betis perteneció a un personaje endiosado y delirante que hacía juegos de manos con el dinero. Y que conste que no identifico a Ruiz de Lopera con ningún político en concreto, sino con la forma irresponsable de manejar la economía y la política que se impuso en la pasada década. Y todo siguió igual hasta que un grupo de aficionados decidió rebelarse y unos personajes conocidos del Betis (Rafa Gordillo, Poli Rincón, Cardeñosa, José Manuel Soto y otros muchos) se atrevieron a encabezar las protestas. Y al mismo tiempo, hubo una juez que consiguió apartar de su puesto al antiguo dueño, gracias a la ley, sí, pero también gracias a que la juez trabajó de lo lindo en su despacho. Y eso no es todo, porque hubo también un administrador judicial, el profesor Gómez Porrúa, que murió de un infarto mientras intentaba poner orden en la maraña burocrático-financiera que había dejado Lopera. El profesor Gómez Porrúa murió con 49 años, cumpliendo con su deber, como esos personajes anónimos en los que nadie repara, pero que consiguen salvar un tren o un barco cargados de pasajeros.
Y hay más razones que explican el éxito del Betis. Hace un año, nada hubiera sido más fácil que el hundimiento del club. Si la afición hubiese dejado de ir al campo, o si los jugadores hubiesen dejado de creer en su equipo, poco a poco se habría ido extendiendo la idea de que lo mejor era abandonar. Pero por suerte no fue así. Todo el mundo permaneció en su sitio. Y en vez de gastar un dinero que no existía, se ficharon jugadores asequibles o que venían de la cantera. Muchos de esos jugadores aceptaron rebajar sus fichas. Y el entrenador, Mel, también renunció a algunos de sus incentivos. Y lo más importante de todo: los aficionados siguieron creyendo en su equipo.
En Málaga, en cambio, hay un jeque llegado de no se sabe dónde que ha montado un equipo a base de soltar millones. Por ahora el equipo funciona, pero el modelo del millonario caído del cielo que va a arreglarnos las cosas no es el más adecuado para esta sociedad. Los milagros no existen. O nos ponemos a trabajar con inteligencia y entusiasmo, pero también aceptando sacrificios -como se ha hecho en el Betis-, o nos estrellamos sin remedio. Es así de simple.
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