Las luminarias ASPROMANIS que decidieron, desde Sevilla y desde Málaga, remodelar La Rosaleda en vez de hacer un campo nuevo sabían lo que se hacían: jorobar bien jorobados al club y al malaguismo.
De una parte se limitó durante varias temporadas el aforo del campo, eso lo vivimos entre la temporada 2001-2002 a la 2006-2007.
De otra parte el genio arquitectónico de Seguí y las limitaciones de espacio del solar condicionaron la capacidad actual de La Rosaleda.
Esto tuvo y tiene consecuencias económicas y sociales que se ponen especialmente de manifiesto en un periodo de expansión de la fiebre blanquiazul como el que vivimos felizmente en estos tiempos.
A mí nunca me ha preoupado mucho el cateterío bipolar. Hay que distinguir entre sentimiento y sensación.
El cateterío bipolar ama la sensación de victoria, ese es todo su secreto. En cuanto que el Málaga sea un club ganador (empezamos a serlo) decrecerá el cateterío en la ciudad y la provincia. Es algo incómodo estéticamente, nada más.
El problema es el sentimiento. El sentimiento futbolero está vinculado a un virus que solo habita en un campo de fútbol. No se transmite por televisión, se transmite por experiencia viva en el estadio y por la sangre y los genes, por supuesto.
Experiencias como una victoria histórica, una gran temporada, el drama de un partido a vida o muerte, o sencillamente la belleza del fútbol o de un gol legendario como el inolvidable de Baptista ante el Getafe, VIVIDAS EN LA ROSALEDA alimentan el malaguismo más profundo. Un sentimiento que vive de las victorias y sufre con las derrotas. Un espectador en el campo, vive un sentimiento, forma parte del espectáculo, y lo vive. Un televidente no, solo tiene sensaciones.
Necesitamos ampliar el teatro del malaguismo tanto como construir La Academia.