Mientras Pellegrini sigue sin explicarse cómo se repiten los fallos, en el grupo ya no son tantos los que lo ven con capacidad El retorno a la posición de colista y la desventaja otra vez de cuatro puntos sumen a la plantilla en una depresión


Un equipo muy tocado. Eso es el Málaga a día de hoy. Sin medias tintas. «Se nos va a hacer muy cuesta arriba empezar de nuevo», recalcaban ayer en el vestuario. Ni siquiera la charla entre los técnicos y los futbolistas sirvió para levantar al ánimo. La derrota frente a Osasuna ha supuesto la puntilla. Evidentemente queda margen para la reacción (once jornadas, seis partidos en La Rosaleda), pero pocos tienen en estos momentos la convicción necesaria para pelear por la permanencia en la élite.

Al Málaga le costó mucho empeño recuperar terreno después de verse como colista y con cuatro puntos de desventaja. Así que verse el domingo nuevamente en idéntica situación fue un mazazo que deriva en una situación que se antoja irreversible. Dicho de otro modo, el pesimismo instalado en el entorno, entre los aficionados, también cunde en el vestuario. Al menos, ayer.

La plantilla se encuentra en estado depresivo. Mientras tanto, Manuel Pellegrini y su equipo de trabajo siguen sin explicarse cómo se repiten los fallos. Y no solo al defender a balón parado, el auténtico lastre del equipo blanquiazul, sino también en conceptos básicos tanto defensivos como en los movimientos ofensivos. El chileno está convencido de que la ansiedad tiene un efecto demoledor entre los jugadores, pero también considera ilógica tanta falta de concentración.

¿Y cuál es el estado de ánimo del técnico? Su discurso en la rueda de prensa posterior al partido fue ambiguo. Habló de que se siente con fuerzas, pero luego añadió como coletilla: «También hay que ver lo mejor para el Málaga». Pellegrini se siente como hace una semana, convencido de que puede sacar al equipo a flote. Es consciente de que la situación es complicada, pero cree que la actitud debe ser la misma de los últimos partidos y que el grupo debe estar unido, hermético y totalmente impermeable a las críticas y comentarios del entorno.

Crédito diluido

Pero ahí puede residir el gran obstáculo para la recta final de la Liga. En el grupo ya no son tantos los que lo ven con capacidad para tirar del equipo. Ese crédito del que gozaba en el vestuario se ha diluido, en parte porque echan de menos más carácter -algo que sí veían en Antonio Tapia y Juan Ramón Muñiz-, en parte porque con sus manifestaciones tras el desastre del Bernabéu puso a los jugadores a los pies de los caballos.

Ahora bien, también los jugadores tienen una gran parte de culpa, más allá de las limitaciones técnicas, físicas o mentales de cada uno. Al contrario que en etapas de evidente dificultad (el primer año en Segunda tras el anterior descenso, el siguiente que acabó con el ascenso y, sobre todo, el pasado), pocos futbolistas hacen autocrítica. La gran mayoría mira hacia otro lado y culpa al compañero, al entrenador, a la presión, a la mala suerte... Como si los errores de marcaje a balón parado fueran achacables al 'empedrado', y no individuales. Eso sí, esta vez no tienen la excusa del césped.


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