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17 Abr 2014, 22:50
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.
Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.
Descansa en paz, Gabo.